lunes, 5 de abril de 2010

TRADICION DE OCTAVA DE LA CANDELARIA



Después de los combates de Marcavalle y Pucará, victorias alcanzadas por el ejército peruano para desalojar al enemigo, el ejército chileno se retira hacia el sur, para replegarse a su territorio. Los hechos y los acontecimientos hicieron coincidir, que el día dos de febrero de 1884, los chilenos entraran a la ciudad de Puno, a las tres de la tarde.Cuenta la tradición, que la fiesta en honor de la Patrona de Puno empezó ese año, el primero de febrero con las albas y la víspera. El día dos, después de la solemne misa, sale el anda de la procesión majestuosamente engalanada, conducida en hombros de los devotos, recorría las calles y plazas de la ciudad para ingresar nuevamente
al Templo San Juan ubicada en la plazuela del mismo nombre (hoy Parque Manuel Pino, que peleó heroicamente en la Batalla de San Juan, contra los chilenos). Después de la procesión, en la plazuela se quedaron bailando los conjuntos de danzarines de los barrios de la ciudad, como el conjunto de zampoñistas de Mañazo, formado por los carniceros de los barrios Chejoña, Huaraya y Paxa. El pueblo bebía y bailaba por la fiesta.En el local del Colegio Nacional San Carlos, ubicada en la plazuela, con portales y techo de paja de las punas, las autoridades del Departamento, entre éstos el Señor Prefecto, el Fiscal y Vocales de la Corte Superior de Justicia, el Sub-Prefecto, el Gobernador, el Alcalde y el cuerpo edil y los jueces de paz se encontraban bebiendo cerveza al calor del sol radiante del sofocante verano puneño. Los ánimos estaban bien exaltados; se conversaba y se discutía al compás de la música de la zampoña y los danzarines que daban vueltas en la plazuela. Cerca de las tres de la tarde, un campesino ingresa muy agitado a la plazuela, venía corriendo desde Guaje (hoy astillero de los barcos que navegan en el Lago Titicaca), para comunicar a las autoridades la ingrata noticia que el ejercito chileno se dirigían hacia Puno y que ingresaban por la curva de Huaraya. La noticia no bien transmitida, la plazuela San Juan quedó completamente desierta. Los zampoñistas, los danzarines y el pueblo había desaparecido, no había ni un alma en la plazuela. Igualmente las autoridades desaparecieron y sólo quedó el señor cura, párroco de la Iglesia San Juan quien, en el tiempo que demoraron los chilenos en su marcha hacia la ciudad, guardó los documentos más importantes que se exhibían en las paredes de la dirección del Colegio San Carlos, como son las resoluciones de creación del Colegio, expedido por el Libertador Simón Bolívar y la de la creación de la Universidad San Carlos de Puno, expedido por el Mariscal Ramón Castilla, también guardó las joyas y tesoros del Templo San Juan, como son los cálices y halos de los santos, corrió hasta la Catedral y también recogió los ornamentos en oro y plata, los que los escondió en una ventana de la casa cural, donde la ventana fue tapiada para salvar de la codicia de los chilenos, hecho esto el señor cura con calma y tranquilidad esperó a los chilenos en la plazuela San Juan.
Los chilenos ingresaron por el cenizal, hoy mercado central, para tomar la calle Oquendo de Amat, venían en perfecta formación unos trescientos hombres al mando del Coronel Gorostiaga. El cura avanzó unos pasos para salir al encuentro: “Señor –dijo dirigiéndose a Gorostiaga- la ciudad de Puno está desarmada, no habrá resistencia, pueden tomar la ciudad”.El coronel Gorostiaga contestó: “Señor párroco venimos desde el pueblo de Caracoto en marcha forzada deseamos descansar”. El párroco -dijo- “pueden ocupar el local del colegio, las puertas están abiertas”. La tropa chilena al mando de Gorostiaga ocupó las aulas y los caballos en el patio del colegio, antes de retirarse el párroco preguntó: ¿algo más señor coronel?; ¡Ah! Dijo Gorostiaga: “la tropa hace días que no bebe leche, le ordeno que usted Señor párroco mañana a primera hora proporcione varios porongos de leche”. “Correcto” –dijo el
párroco- “haré que le traigan la leche”, luego se retiró. Por esa temporada, el verano de 1884, la ciudad de Puno sufría una epidemia de viruela; los niños en especial y muchos adultos se encontraban postrados en cama, para que la viruela no hiciera tantos estragos en la cara de los pacientes, las madres bañaban a sus hijos con leche, en igual forma los adultos se bañaban con leche para bajar la fiebre, el párroco hizo recoger en los porongos la leche que se habían bañado los enfermos, luego los envió al Coronel Gorostiaga, quien recibió agradecido y ordenó que la tropa chilena sacie su sed y hambre con la leche, a los tres días la leche infectada surtió sus efectos, los chilenos entraron en fiebre y al cuarto día parecieron los primeros cadáveres. A partir de ese día los muertos iban sucediéndose hasta quedar menos de cincuenta soldados invasores, quienes se retiraron y abandonaron la ciudad en la madrugada del diez de febrero, octava de la fiesta de la Patrona de Puno, los chilenos se fueron derrotados sin dispara una sola bala, Gorostiaga como botín se llevó a una linda francesita, hija de un inmigrante de ese país, afincado en Puno.En la octava, el pueblo nuevamente sacó en procesión a la Virgen de la Candelaria y empezó a bailar con gran regocijo, en agradecimiento al gran milagro de haber derrotado al enemigo y ordenado su salida sin disparar una sola bala, la fiesta recién comenzó nuevamente en la octava, los conjuntos de zampoñistas y sus danzarines bailaban en la plazuela San Juan hasta agotarse, las autoridades departamentales otra vez se ubicaron en los portales del colegio y bebieron cerveza hasta perder el conocimiento y caer de embriagados.Así cuenta la tradición; y desde esa fecha, cada año la octava de la fiesta de la Patrona de la ciudad del lago más alto y navegable del mundo, se festeja con gran pompa, derroche de lujo, consumo de grandes cantidades de cerveza y baile hasta altas horas de la noche por todas las calles de la ciudad.

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